I - Una mesa vacía



Antes de dirigirse al instituto, Yenis fue al baño. Llevaba unos tres meses viviendo allí. Cuando Julia y él se conocieron, él se encontraba amnésico, y en este tiempo no había conseguido avanzar en su intento por recordar algo. Se miró en el espejo y tocó su colgante mientras ponía la misma cara de desconcierto de siempre. Era un colgante ovalado y dorado, prácticamente plano, con una gema azul situada en el centro. No era de gran tamaño y podía ocultarlo bajo la camisa sin que se notara.

—¿Sigues sin recordar nada sobre ese colgante?

—No. Nada. Y aun así algo me dice que no debo separarme de él…

—Es bonito; deberías conservarlo de todas maneras. No tengas prisa por recordar, todo llegará a su momento —Julia se acercó a él y le besó en la mejilla—. Venga, vámonos.

Bajaron las escaleras, salieron del edificio y fueron caminando hasta el instituto. Aún era octubre y el curso había empezado hace poco.

Algunos comercios abrían tímidamente sus puertas y, dada la cantidad de vehículos que circulaban por la carretera adyacente a la entrada del instituto, uno no podía evitar pensar que la ciudad empezaba a desperezarse. Era un paisaje típico de la ciudad de Coruña, pero de lo más tranquilo a esas tempranas horas de la madrugada. Llegaron al centro y se cruzaron con todo el alumnado de los distintos cursos, cada uno dirigiéndose a su aula.

Una vez en clase, el profesor entró, y todos estaban ya sentados en sus respectivos pupitres, pero una silla permanecía vacía.

—¿Alguien sabe por qué no ha venido Ana? Precisamente sus padres me llamaron hace como media hora para preguntarme si la había visto. ¿Alguien sabe algo?

Todos negaban con la cabeza o con la palabra. Julia presentaba una falsa expresión de curiosidad, aunque no le duró demasiado. Le cogió la mano a Yenis y le dedicó una sonrisa de felicidad. El hecho de haber causado la muerte de una compañera de clase no le había afectado en absoluto para mal. Pero, al contrario que Julia, Yenis no tenía su mente en el aula, sino en lo sucedido la noche anterior…

Ana estaba tumbada en su cama, medio destapada. Y por si el calor no fuera suficiente, tan solo llevaba puestas una camiseta holgada y bragas. Su largo cabello castaño le llegaba hasta la espalda.

El silencio reinaba en el ambiente. Pero, de pronto, una figura apareció de la nada frente a su cama. Ana despertó y se quedó sorprendida al ver a su compañero de clase. Sus ojos se abrieron aún más, como platos, y Yenis la cogió del brazo con firmeza a la vez que chasqueaba los dedos con la mano derecha. Ambos aparecieron en la azotea de su instituto. Ana no entendía qué estaba pasando, y menos cuando vio que Julia también se encontraba allí.

—Vaya, no te habrá despertado Yenis, ¿no?

Sentada en el borde de la azotea se encontraba Julia, otra compañera de clase al igual que Yenis, con su pelo y ojos negros como el azabache, buena delantera, una bien formada figura y expresión sombría.

Yenis la soltó. Físicamente, él no tenía mucha fuerza; era gracias a sus poderes que podía hacer algunas cosas que un humano normal no, aunque tenía por completo el aspecto de uno. Tenía ojos y pelo castaños.

—¿Qué pasa aquí? Estaba mi habitación… ¿Cómo me has traído al instituto?

—Te he traído aquí porque Julia me lo ha pedido —la expresión de Yenis estaba tan vacía como de costumbre.

—¿Qué…? Pero… —Ana seguía sin entender nada.

Julia, que estaba sentada tranquilamente en el bordillo, se levantó y fue hasta ellos.

—¿Creías que no me daría cuenta? Nunca dejabas de mirarle en clase y de mandarle mensajes al móvil… Para tu información, se lo miro de vez en cuando.

—¡¿L… le controlas el móvil?! ¡Pero nunca le dije nada serio! —entre el frío y la situación, Ana se estaba poniendo de lo más nerviosa—. ¿Pero qué estamos haciendo aquí? ¿Cómo me habéis traído? ¿Qué queréis?

—Quiero que dejes de acosar a mi novio, y como parece que no atiendes a razones… Tendré que quitarte de en medio —la expresión de Julia se volvió aún más fría, si es que eso era posible.

Ana empezó a temblar. Era una noche de otoño en pleno mes de octubre, Galicia se caracterizaba por tener un clima frío, y ella llevaba poca ropa.

—Tengo frío… —volvió a mirar a su compañero— Yenis, te prometo que no le diré nada a nadie, pero llévame a casa, por favor…

El joven se mostraba indiferente ante las súplicas de Ana.

—Yenis —dijo Julia.

Y tras pronunciar su nombre, el chico levantó la mano. Chasqueó los dedos.

El cuerpo de Ana se vio envuelto en llamas y ella comenzó a gritar, pero apenas pasaron dos segundos antes de que toda su carne, huesos y ropa se convirtieran en cenizas…

Julia mostró una mirada de tranquilidad, e inmediatamente se volvió hacia su pareja.

—Yenis, llévame a casa: está refrescando.

—Sí…

De vuelta en casa de Julia, ambos se fueron a dormir; al día siguiente había clase y no era bueno ir con más sueño del necesario.

Julia seguía cogiendo a Yenis de la mano. Él no le devolvía el gesto, pero la acariciaba con el dedo pulgar. No es que no sonriese por una falta de empatía, es que no era alguien que acostumbrara a mostrar una gran cantidad de emociones. Su amnesia le había afectado a algo más que los recuerdos. Se había estado documentando y averiguó que la pérdida de recuerdos podía ser causada, entre otras cosas, por traumas o consumo de ciertas drogas, pero ni Julia ni Yenis pensaron que se tratase de eso. Sería duro, pero el muchacho no se rendiría hasta que descubriese la verdad.

Algunas compañeras se fijaron en su gesto cariñoso e intentaban disimular la envidia que sentían. Julia se percató de eso, así que se la besó (la mano). Los alumnos empezaron a sacar libros y cuadernos.

A primera hora tocaba clase de matemáticas, la asignatura que en septiembre batía siempre los récords de gente presente en las recuperaciones. El profesor les recordó que, dentro de tres días, el viernes, habría examen, así que se pasó toda la hora resolviendo dudas. Algunos las preguntaron, mientras que Yenis y Julia se limitaban a ojear los ejercicios de sus libretas; ellos por suerte no tenían problemas. Al parecer, Yenis era suficientemente inteligente, no estaba teniendo problemas en ninguna asignatura. Y Julia, aunque no fuera un cerebrito, solía entender las cosas y de momento siempre había aprobado todo. El profesor siguió explicando y haciendo ejercicios en el encerado.

Pasaron dos horas más y llegó el descanso. Julia salió con Yenis al patio. Se sentaron en un banco y comenzaron a comer los bocadillos que acababan de comprar en la cafetería.

Después de terminar, Julia se dirigió al baño. Yenis la esperó en el banco y Mario, un compañero de clase que se encontraba cerca tomando un refresco, fue hasta él.

—Eh, Yenis, ¿cómo llevas el examen de mates? Yo no acabo de entender bien algunas cosas… —Yenis no tenía problemas en resolverle dudas.

—Si quieres podemos quedar en la biblioteca por la tarde; yo lo llevo bien y creo que simplemente le daré un repaso el jueves.

—Vaya, pues qué suerte. Si yo tuviera una novia como la tuya, con unos padres con dinero, también me lo pasaría en grande. De verdad, qué suerte tienes de tener a alguien como Julia, aunque a veces sea algo arrogante, ya sabes… —balbuceó, aunque sin perder el buen tono. No quería ofender a su amigo y compañero de clase.

—Es muy buena conmigo, estamos bien viviendo juntos —Yenis no se había ofendido en absoluto.

—Pero volviendo al tema, no tengo nada claro el examen. Si me pudieras echar una mano hoy por la tarde…

—Hombre, pues…

—Yenis, hoy prefiero que nos quedemos en casa viendo una película. Tengo varias por ver e igual alguna te gusta. Julia volvió e inmediatamente interrumpió la conversación.

—Lo siento, Mario. Tendremos que dejar el plan para otra ocasión. No creo que esté muy activo en el grupo de clase; lo siento —se repitió Yenis, con un tono inaguantable de conformidad, refiriéndose al grupo de mensajería instantánea en el que estaban todos para comunicarse rápidamente por el móvil si surgía la necesidad.

Mario miró por un instante a Julia con cierta molestia. Entre los compañeros de clase era conocida la relación que mantenían, y la increíble obediencia que Yenis mostraba frente a su pareja. Los padres de Julia tenían dinero y ella sabía apañarse con las tareas del hogar, así que decidieron comprarle un piso para que se fuera independizando. Casualmente encontraron uno a la venta cerca del instituto y ella estaba encantada.

Acabaron las clases y todos los alumnos se dirigieron a sus respectivos hogares. Julia iba agarrando el brazo de Yenis y llevándolo contra su cuerpo.

—¿Qué película te gustaría ver? Ah, y podemos hacer unas palomitas, compramos unos refrescos…

Yenis no le prestaba mucha atención; estaba absorto en sus pensamientos, concretamente en haber dejado tirado a un compañero de clase.

—Yenis, ¿me estás escuchando? —de pronto Yenis miró hacia ella.

—Ah, sí…—Julia podía hacerse la dulce, pero eso no significaba que no supiera lo que pasa a su alrededor.

—No te preocupes por él, sabrá apañárselas para el examen. Además, ¿no prefieres aclarar antes las dudas que yo pudiera tener…? —Yenis ahora tenía muchas cosas en la cabeza, pero rápidamente se centró; no era momento para discutir, así que decidió darle la razón.

—Por supuesto. Ya sabes que sí, siempre.

Inmediatamente llegaron al portal del edificio donde vivían. Julia se detuvo antes de empezar a subir las escaleras, y su expresión cambió a una fría y llena de amargura. Aprovechando que no había nadie, cogió a Yenis por la camisa y le bajó la cabeza hasta su altura.

—Entonces, que no se te vuelva a ocurrir hacer planes sin consultarme, ¿de acuerdo? —el chico tomó aire y lo expulsó en absoluto silencio, para que Julia no notara que se trataba de un suspiro.

—Sí, lo siento —Julia soltó a Yenis para que pudiera incorporarse y cambió su expresión a la habitual de dulzura y amabilidad.

—Bien, entonces vamos a comer. Más tarde podemos ver una peli, cielo.

Comieron tranquilamente y, acto seguido, fueron al salón y se sentaron en el sofá. Yenis se quedó sentado y Julia optó por tumbarse dejando la cabeza sobre sus piernas. Un tiempo más tarde Yenis comenzó a acariciarle, hasta que acabó quedándose dormida, y eso que la película aún iba por la mitad. La observaba con detenimiento. Su mirada fue descendiendo por su rostro hasta detenerse en su escote, el cual estaba bien señalado por el tamaño respetable de sus pechos. Yenis se sonrojó y decidió apartar la vista; acababa de venirle a la mente cierto recuerdo de hace apenas tres meses…

—¡¿Qué haces?! —Julia se bajó algo la camisa.

—Eh, no… Nada, perdón…

—¡Pues a ver dónde pones tú los ojos! Espera fuera.

—Lo siento… —y Yenis cerró la puerta tras él.

Yenis alcanzó a coger una manta y tapó a Julia con ella. Se levantó con cuidado y fue hasta la tabla de planchar para dejar lista algo de ropa que había pendiente.

—¿Qué pasa aquí? Estaba mi habitación… ¿Cómo me has traído al instituto?

Yenis pensaba en Ana, a quien Julia había mandado eliminar ya que la consideraba una molestia. Ana le había pedido a Yenis su teléfono y empezaron a hablar alguna vez mediante mensajes. Nunca fueron insinuadores, pero podía haber llegado el día en que lo fueran, y Julia no podía consentir esto. De vez en cuando ella le pedía el móvil a Yenis para asegurarse de que su relación no peligrara. El móvil que ella le había comprado, además.

Volvió a tocar su colgante que, como de costumbre, no le transmitía ningún atisbo de información sobre sí mismo.

A pesar de tener el mismo aspecto que todo el mundo, Yenis podía hacer algo que los demás no: controlar el fuego. Hacer auténticas proezas que el resto de la gente consideraría inimaginables. Ese pensamiento rondaba su cabeza de vez en cuando…

—Cielo, parece que me he dormido…

De pronto Julia apareció a su lado. Yenis miró el reloj colgado en la pared: ya había pasado una hora desde que se levantó del sofá.

—¿Me tapaste tú? Lo siento; me entró el sueño después de comer…

Ahora Yenis pensaba en Mario. No había estado nada bien dejarle tirado cuando al final el plan de la película acabó a medio camino…

—¿Estás bien? —Julia comenzó a acariciarle la cabeza— Creo que tú también estás algo cansado.

—Debe ser el calor de la plancha. Llevo aquí como una hora… ¿Estás bien? ¿No te habrás resfriado, no…? —Julia sonrió ante sus palabras.

—Estoy bien, tonto. Me alegro de que hayas decidido quedarte aquí conmigo.

—Tú eres lo único que tengo en el mundo; siempre estaré contigo.

Julia respondió con una mirada de aprobación.

—Así es, no lo olvides. Yo lo soy todo para ti…

boton_modo_oscuro